viernes, 29 de enero de 2010

kuelap, la ciudad perdida de los chachapoyas (25 de julio de 2009)

Los pliegues de la imensa masa de montañas que conforman los andes peruanos esconden misterios que hoy en día siguen en muchos casos ocultos. Uno sólo se da cuenta de lo aislado sy recónditos que son los lugares que visita cuando ve como la carretera se tuerce y se retuerce, se torsiona de forma imposible para descender apenas unos metros en busca de una población, de un paso entre dos inmensos bloques de roca y piedra que un temblor, un apretón de placas hizo elevarse en un súbito impulso geológico. Esos pasos y esas montañas ya estaban pobladas cuando los españoles llegaron en su rápida expansión por los territorios que tan sorpresivamente habían arrebatado al Inca. En la región que se encuentra entre Celendín y Chachapoyas, entre el altiplano y la selva, vivían los chachapoyas. Un pueblo que se defendió con todo lo que tenía contra los incas, que se replegó a las cumbres nubosas de sus montañas y se atrincheró en sus fortalezas más allá de las nubes. Con la llegada de los españoles pensaron que aparecía una oportunidad para liberarse del yugo de Cuzco y se alzaron. Como se dice, pasaron de Guatemala a guatepeor. Cuando se dieron cuenta ya era demasiado tarde y sus intentos por recuperar su independencia fueron en vano. Finalmente sus fortalezas fueron derrotadas y la región en la que vivían quedó bajo dominio de los nuevos señores de la tierra.
De sus construcciones quedan restos, todos ellos alejados de los caminos habituales que surcan las montañas, escondidos entre riscos o distantes en las cimas de montañas, escondidos tras un velo de neblina. La más famosa de todas estas construcciones es la fortaleza de Kuélap. A unos 20 Km de Chachapoyas hay un grupo de casas junto a la carretera. Tingo se llama. Desde allí parte un sendero que primero sigue el curso del río y posteriormente comienza la ascensión. Uno sabe que en algún lugar de las alturas que contempla hay una ciudad fortaleza fantasma. Sin embargo no se ve por ningún lado. Por más que se sube y se sube la cima sigue inaccesible y la fortaleza invisible. Finalmente, al cabo de tres horas de pendiente, en lo más alto del cerro se divisa una muralla de piedra sobre la que surge un bosque. Dentro hay toda una ciudad. Una ciudad con calles comidas por la vegetación, con muros y casas redondas que ya no sostentan su techo cónico como lo hacían hasta que fue allanada por los españoles y abandonada en las alturas. El concepto de la ciudad es evidentemente distinto, no hay calles y los círculos de las casas se distribuyen de forma irregular siguiendo un patrón que ahora está oculto y cubierto por esa misma vegetación, bajo las pezuñas de las llamas que lo cruzan ahora. Aislado como está las ruinas son habitables, uno anda por ellas sin el límite de las cuerdas y las vallas y contempla los profundos acantilados de los bordes que antiguamente eran su protección y su razón de ser. Los trabajos de restauración son lentos y trabajosos, llevan ya muchos años y avanzan, pero tan lentamente que la mayor parte de las casas y las construcciones solo asoman la parte superior de sus muros. A la falta de medios se ha añadido ahora otro peligro. En la zona se han encontrado yacimientos mineros y gran parte de la región que incluye la zona arqueológica ha sido concedida para su explotación a una compañía internacional de esas que no se caracterizan precisamente por sus preocupaciones históricas. Bajo sus palas y taladros pueden acabar muchos de los restos que todavía esperan ser encontrados en los valles y cortados de la selva montañosa.

























negras tormentas cubren los cielos de buenos aires (10 diciembre 2009)

Cuando el cielo se encapota en Buenos Aires uno se echa a temblar. Todo se oscurece y las hojas se arremolinan, la humedad alcanza su grado máximo, aunque una brisa suave pero firme disipa el pesado calor que hasta entonces dominaba el ambiente. Para cuando estalla todo el cielo parece empeñarse en bajar a la calle, en bajar y en subir, el viento ruge y juega con la lluvia obligándola a subir en lugar de bajar como está acostumbrada, justo cuando está a punto de tocar el suelo. La calle desaparece bajo una capa de agua que corre buscando los rincones y se esconde debajo de las baldosas que en Buenos Aires bailan y se balancean escodiendo bajo su lisa superficie un depósito sorpresa que, una vez que el cielo está limpio y las calles secas, sale traicionero para manchar de barro y humo los bajos de los pies más despistados. Una vez que ha terminado la ciudad recupera su luz y el calor húmedo que se vuelve a acumular hasta el próximo estallido de furia.




jueves, 28 de enero de 2010

más salar de uyuni (21 de octubre de 2009)

Todo lo que veis en estas fotos son los alrededores del salar de Uyuni. Kilómetros y kilómetros de desierto y alturas, repleto de pequeñas lagunas de colores en las que campan los flamencos, a salvo durante mucho tiempo, del ser humano. Es probablemente el lugar más inóspito que he visto en mi vida. Un ambiente dificilmente compatible con la existencia animal y sin embargo de entre las rocas surgen plantas y en los espacios de agua llenos de borax se ven aves alimentándose de animales invisibles. Los humanos por ahí viven en las reservas naturales, las cuidan y dan de comer a los turistas que las recorren en 4x4 cargados de comida, gasolina, ojos y cámaras de fotos que repiten los objetivos de un paisaje que no parece cambiar por más que sople el viento o pasen los años. En esas alturas casi no llueve y lo único que cambia la faz de la tierra son los volcanes y el ser humano que lo surca con rayas de neumáticos y de trenes fantasma que atraviesan la inmensidad cuando nadie les ve.