Bueno pues ya que he comenzado no me voy a parar tan pronto y sigo contando, aunque son cosas que sucedieron hace ya mucho tiempo, allá por el mes de marzo entrando en abril. Pero bueno eso es lo que le pasa a uno cuando no hace los deberes a tiempo.
El caso es que, después de una semana y media en Medellín, tomé la decisión de seguir viaje hacia la costa. La decisión se fue cociendo en la piscina del hotel a fuego lento mientras hablaba con unos y con otros y sopesaba las posibilidades y finalmente se tomó en una discoteca horrible de Medellín en la que coincidimos un grupo de gente maduros para la partida. Así que Manu el italiano y Tobias el sueco nos preparamos para la partida. Al grupo se unió Nikita una holandesa directamente allí en la discoteca.
Tomamos el autobus de la noche con dirección a Coveñas y dormimos y dormimos todo lo que el frío, la película de Van Dam y los ronquidos de la convención nos dejaron y por la mañana aparecimos rodeados de sol, atravesando la sabana del norte y con la sensación de mar cerca. Fuimos despertándonos hasta que finalmente llegamos a Coveñas y nos quedamos en medio de una carretera con las maletas, mirando hacia el otro lado.
Coveñas esta en un extremo del golfo de Morrosquillos, en el otro está Tolú. Todo el golfo se ha convertido en un destino turístico con pequeños hoteles y habitaciones, discotecas, y restaurantes, que si bien no son benidorm, algún día pueden llegar a serlo. Es el primer sitio de vacaciones así que veía en ese estilo y hay que añadir que era semana santa y estaba lleno de gente. El golfo es una sola playa. La arena llega hasta los edificios y en medio hay una larga línea de cocoteros que dibujan el perfil contra el cielo azul. En el fondo se ve Tolú con sus edificios altos apuntando maneras de ciudad de recreo. Por la playa pasean vendedores de todo tipo que te asaltan constantemente ofreciéndote cosas, desde colgantes y lámparas, hasta masajes y trenzas para el pelo, con una insistencia que te hace maldecir de una las vacaciones y los lugares hechos para el turismo.
Encontramos el sitio más barato posible. Una especie de horno bunker en el que cabíamos los cuatro justo enfrente de la playa. Con la familia entera en la puerta de entrada tumbados esperando que pasara el día.
El caribe se me apareció así. Una imagen de benidorm con acento costeño, supermercado de playa en el que, eso sí, las ostras valían apenas 5o céntimos.
Entre las cosas buenas que enseguida nos convencieron hay que poner los zumos de frutas que aquí, por alguna razón, sabían mejor y más fuerte y el pescado de mar, fresco, recién pescado que alternaba un poco la dieta a base de corrientazo (o menú del día en colombiano) de carne que llevábamos desde hacía un tiempo.
En el primer sitio donde comimos estaba toda la familia en la casa, porque de hecho era su casa. Más tarde subiré algunas fotos. El hombre había sido pescador de allí toda su vida, cuando Coveñas no era más que un pequeño pueblo en el que no había nada. Ahora no le dejaban hacer fuegos en la playa y como no podía poner un restaurante traía turistas a su casa para darles de comer. El caldo de pescado, según él, era bueno para "la materia cerebrálica" y el pensamiento y no tenía más que ventajas. Era todo sonrisas y miradas tiernas para nuestra nórdica acompañante y entre él y sus nietas nos hicieron reirnos toda la sobremesa.
El caso es que, después de una semana y media en Medellín, tomé la decisión de seguir viaje hacia la costa. La decisión se fue cociendo en la piscina del hotel a fuego lento mientras hablaba con unos y con otros y sopesaba las posibilidades y finalmente se tomó en una discoteca horrible de Medellín en la que coincidimos un grupo de gente maduros para la partida. Así que Manu el italiano y Tobias el sueco nos preparamos para la partida. Al grupo se unió Nikita una holandesa directamente allí en la discoteca.
Tomamos el autobus de la noche con dirección a Coveñas y dormimos y dormimos todo lo que el frío, la película de Van Dam y los ronquidos de la convención nos dejaron y por la mañana aparecimos rodeados de sol, atravesando la sabana del norte y con la sensación de mar cerca. Fuimos despertándonos hasta que finalmente llegamos a Coveñas y nos quedamos en medio de una carretera con las maletas, mirando hacia el otro lado.
Coveñas esta en un extremo del golfo de Morrosquillos, en el otro está Tolú. Todo el golfo se ha convertido en un destino turístico con pequeños hoteles y habitaciones, discotecas, y restaurantes, que si bien no son benidorm, algún día pueden llegar a serlo. Es el primer sitio de vacaciones así que veía en ese estilo y hay que añadir que era semana santa y estaba lleno de gente. El golfo es una sola playa. La arena llega hasta los edificios y en medio hay una larga línea de cocoteros que dibujan el perfil contra el cielo azul. En el fondo se ve Tolú con sus edificios altos apuntando maneras de ciudad de recreo. Por la playa pasean vendedores de todo tipo que te asaltan constantemente ofreciéndote cosas, desde colgantes y lámparas, hasta masajes y trenzas para el pelo, con una insistencia que te hace maldecir de una las vacaciones y los lugares hechos para el turismo.
Encontramos el sitio más barato posible. Una especie de horno bunker en el que cabíamos los cuatro justo enfrente de la playa. Con la familia entera en la puerta de entrada tumbados esperando que pasara el día.
El caribe se me apareció así. Una imagen de benidorm con acento costeño, supermercado de playa en el que, eso sí, las ostras valían apenas 5o céntimos.
Entre las cosas buenas que enseguida nos convencieron hay que poner los zumos de frutas que aquí, por alguna razón, sabían mejor y más fuerte y el pescado de mar, fresco, recién pescado que alternaba un poco la dieta a base de corrientazo (o menú del día en colombiano) de carne que llevábamos desde hacía un tiempo.
En el primer sitio donde comimos estaba toda la familia en la casa, porque de hecho era su casa. Más tarde subiré algunas fotos. El hombre había sido pescador de allí toda su vida, cuando Coveñas no era más que un pequeño pueblo en el que no había nada. Ahora no le dejaban hacer fuegos en la playa y como no podía poner un restaurante traía turistas a su casa para darles de comer. El caldo de pescado, según él, era bueno para "la materia cerebrálica" y el pensamiento y no tenía más que ventajas. Era todo sonrisas y miradas tiernas para nuestra nórdica acompañante y entre él y sus nietas nos hicieron reirnos toda la sobremesa.
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