Pues finalmente llegué a Chiclayo, pero para mi desesperación el cielo tenía el mismo color y la misma textura que el de Huanchaco. Por si fuera poco, y que no se ofenda ningún chiclayino o como se diga, lo que es el centro de la ciudad no tiene mucho que ver y menos con esa luz. A la mañana siguiente, me fui a la estación y tomé el primer autobús a Máncora que pasaba. Necesitaba mar y sol, las dos cosas y a la vez... y bueno me fui.
jueves, 6 de agosto de 2009
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