Pero me fui, me fui de Huanchaco como había llegado. ¿Por qué? Bueno, pues a parte de la sencilla razón de que tenía que seguir camino, porque como habréis podido apreciar en las fotos, no hubo un día con sol, no hubo un día en el que me sintiera con ganas de ir a la playa y bañarme... Era el mismo cielo de Lima y el cuerpo me pedía sol. Salí corriendo hacia la siguiente parada: Chiclayo. Para llegar hay que atravesar de nuevo el desierto de la costa peruana. Esta vez el desierto ha sido domado. Las planicies que se extienden bajo las montalas en el camino hacia el norte tienen enormes espacios cultivados. Se intercalan los desiertos de arena con la geometría sencilla y regular de los cultivos. Dentro, en el interior, alejado de la costa el vapor del ambiente, las nubes bajas desaparecen. Vuelve a lucir el sol y tienes que afilar los ojos para poder mirar hacia el infinito.
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