jueves, 3 de septiembre de 2009

regreso al futuro

Hace tiempo que no escribo, el tiempo va pasando y yo todavía estaba en Máncora, en el norte de Perú, esperando a pasar a Ecuador y seguir con mi temporada de playa. Desde allí pasaron muchas cosas y hay muchas fotos por ver pero voy a saltarme un tiempo y retomar el presente para acercaos a algo más actual, después iré intercalando episodios de lo que son prácticamente dos meses de viaje. Después de ese periplo por el norte de Perú y el sur de Ecuador, volví a Lima. Como anteriormente Tomás y la familia al completo me recibió de nuevo haciéndome sentir como si estuviera en casa. La idea era quedarme allí una semana, esperar a Antonio que venía de España y luego comenzar a viajar en dirección al sur. Bueno, no pudo ser así y, entre que Antonio tardó más de lo que esperaba y que Lima volvió a mostrar sus encantos, me quedé prácticamente un mes. Ahora os escribo desde Ayacucho o Huamanga, como queráis llamarle, bajo un agradable sol de sierra. Hace algo más de una semana que salí de Lima y todavía me siento triste de haberla abandonado. Me tuve que despedir de una ciudad que me había acogido con los brazos abiertos, que me había abierto las puertas de la casa y sin preguntar me había metido hasta la cocina. Me fui de allí triste, pero también con ganas de conocer más sitios de Perú, de retomar el movimiento del viaje. Esta vez sin embargo iba a ir acompañado. Salíamos Antonio y yo de camino a La Merced. Os voy a poner en antecedentes, antes de que veáis las fotos. Lima se encuentra en la costa, a su espalda y a no muchos kilómetros comienza a alzarse la cordillera de los Andes, kilómetros y kilómetros de valles y cerros en los que puedes pasar tranquilamente del nivel del mar a los 5000 metros de altura. Un paisaje lunar, donde la naturaleza se desnuda y muestra sus vetas abiertas, sus huesos y sus tendones, el material del que está hecha. La luz cae dura sobre las láminas de roca que se amontonan en caprichosas formas y lucen sobre el fondo de un cielo azul en el que las nubes se perfilan como si fueran ellas las que son de roca. El aire es puro y cristalino y la vista alcanza hasta el infinito sin que nada se lo impida. Ese idílico paisaje de pureza contrasta con la ciudad de La Oroya. Uno de esos puntos donde la industria minera ha puesto sus ojos y sus instalaciones convirtiéndolo en una de las diez ciudades más contaminadas del mundo. Pasando sobre el río por la carretera uno ve como las aguas claras se tornan marrones al contacto con los desagües de las plantas. La ciudad es enana, un pequeño núcleo urbano que pasa desapercibido entre las montañas y donde no para el autobús. El autobús se detiene en las afueras, en una parada de carretera en la que se amontonan una decena de restaurantes con buena comida, eso si. La montaña sigue después de La Oroya donde ya las aguas que bajan van hacia el Atlántico y no al Pacífico, como hasta ahora. De camino a Tarma el paisaje continúa igual de seco y lunar, ahora ya con pueblos y pequeños parches de verde en los valles que se adivinan al fondo junto a pequeños ríos brillantes que serpentean por entre cañadas. Es pasado Tarma cuando uno comienza a sospechar que más adelante se va a encontrar con algo nuevo. Poco a poco el frío de fuera desaparece y los grupos de árboles se empiezan a hacer más comunes, hasta que finalmente el verde estalla en la ventana del autobús y uno se da cuenta de que ha llegado a la selva. A diferencia de la selva de río, el Amazonas, que está más lejos hacia el este, esto es ceja de selva, una selva que escala las montañas escarpadas y cubre de verde hasta el último rincón, el sol pega fuerte y, debido a la altura, todavía no hay esa humedad insoportable de la margen de los ríos. Después de San Ramón aparece La Merced. La Merced es una pequeña población rodeada de selva, un valle que ha sufrido los embates de la extracción de madera durante las últimas décadas y que ha dominado su entorno. Se encuentra en un alto sobre la carretera y se ha erigido en la capital del turismo de la zona. Aunque es un turismo principalmente interno, en tres días que estuvimos allí apenas vimos a otros extranjeros por la ciudad. Dentro de lo que es la ciudad no hay mucho que ver, como mucho un par de discotecas en las que, a pesar de ser martes y temporada baja, no nos dejaron entrar por ir con pantalones cortos. El verdadero tesoro de La Merced se encuentra en sus alrededores. La región cuenta con un parque natural y con una multitud de cataratas y lugares pintorescos enorme. Pero nosotros habíamos oído hablar de otra historia. A unas horas de viaje desde La Merced se encontraba Oxapampa y a la misma distancia, más al norte, Pozuzo. Bueno creo que eso es digno de un capítulo aparte así que lo dejo para el siguiente.

las despedidas siempre son tristes y se puede ver en como Lima se despedía de mi.

Estas son las típicas carreteras de montaña


Aquí se ven los caminones de las explotaciones mineras arañando la montaña



la llegada a la Oroya, como podeís ver un herial, una carretera en medio de la nada.



Esto ya es en Tarma

Y esto es ya cuando uno llega a la selva

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