domingo, 14 de junio de 2009

Leticia II

El calor es pegajoso, Leticia vive rodeada de agua, inmersa en agua, el aire caliente entra y sale por las ventanas sin cristales que tan sólo detienen a los mosquitos. Algachofo el gato de Blanca dormita sobre mi regazo mientras el tatuaje de jagua se seca en mi brazo izquierdo (el derecho lo uso para pintar). En Leticia no hay coches, son caros de traer, más fácil es traer las motos y todo está lleno de motos, motos y bicis, los taxis son moto taxis y cuesta 1500 pesos a cualquier sitio, porque la ciudad es pequeña, es más bien un pueblo grande que sin embargo se ha visto convertido en capital de provincia. Su hermano mayor Tabatinga es brasileño y entre ellos tienen sus pequeñas diferencias. En uno se habla español, en el otro brasileño, en uno se usan pesos en el otro reales, en uno se usa casco en el otro no. Pero la frontera no es más que una calle, ni siquiera, una acera, un suspiro y sin embargo, para pasar de una a otra hay que cambiar el dinero, ponerse casco y cambiar la hora. Los dos están unidos por el río, un río inmenso, lento y apacible por el que se llega al otro hermano menor, a Perú, en el que también se habla español, pero se utilizan soles y la cerveza se sirve por 600 ml.
Las motos son el medio de transporte, en ellas viaja toda la familia, tres, cuatro, cinco personas. En ellas se transportan camas, armarios, cuadros, cajas, televisores, todo lo que pueda ser sujetado con las manos.
La ciudad hace de frontera con la selva, está rodeada por ella, como si fuera una isla. Todavía no he estado pero se siente ahí fuera, palpitante, llena de vida y misterios. Pero iré, ya lo vereis, iré. Aunque sea para morir victima de un mono gigante, de un caimán con rabia, de un mosquito hambriento... cualquier cosa parece posible en ese infinito verde.

La fiera


La frontera entre Brasil y Colombia, si no fuera por las banderas nadie podría saber que ahí está la frontera, de hecho las banderas tampoco le dicen nada a uno.

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