Después de tres semanas geniales en Lima sentí que ya tenía que ponerme en camino. Ahí estaba todo el norte de Perú esperándome, así que comencé por el principio, lo más cercano a Lima, el callejón de Huaylas. Se trata de un enorme valle entre dos cordilleras impresionantes. En el lado occidental la cordillera negra y en el oriental la impresionante cordillera blanca, donde se encuentran algunos de los picos más altos de toda sudamérica. Pero bueno para llegar primero hay que ir y eso es lo que hice. Primero salir del monstruo limeño que se extiende por horas y horas y luego cruzar el desierto. Un desierto nublado en el que parece que a cada instante va a llover, pero en el que no cae más que una ligera garua muy de vez en cuando. Lo cruzan carreteras y lo pueblan ciudades y fábricas, puertos y procesadoras de harina de pescado. Uno va pasando por entre dunas y planicies infinitas hasta que de pronto la carretera gira a la derecha y comienza a ascender. A partir de ahí uno se adentra en los andes poco a poco. Del nivel del mar sube a los 4000 metros para descender después un poco hacia el valle. Antes de llegar al viajero le espera una amplia llanura rodeada de montañas blancas en la distancia. La altura hace el aire transparente y el contraste con el aire pesado y nublado de la costa no puede ser mayor. Uno siente como los pulmones se encogen por la altura pero como la vista se ensancha y se aclara. El sol ha comenzado a brillar y a hacerte entrecerrar los ojos.
En el autobus, para que no nos aburriéramos durante el camino organizaron un bingo. Nos dieron cartones y el terramozo se puso a cantar números con el micrófono. El premio era un billete de vuelta, que a mi no me valía para nada, pero el instinto jugador y el aburrimiento me hicieron ceder. La desgracia es que me quedé a bien poco de conseguirlo.
mazorcas de maíz al sol secándose.
y el bingo lo intentaré subir cuando tenga una conexión buena porque si no tarda horas y horas.
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