A unos kilómetros al sur de Lima, conduciendo por la panamericana uno se encuentra con Pachacamac, lo que, a la llegada de los españoles a estas tierras era el oráculo más famoso de todo el Perú y uno de los centros religiosos con más prestigio de todo el territorio. Su Dios controlaba los terremotos y aquí venían los Incas a rendir homenaje. Saltándose su propia costumbre no se llevaron la imagen a Cusco sino que la dejaron en su sitio y ampliaron el santuario creando su propio templo al Dios sol. Ahora las ruinas de todo este complejo van poco a poco siendo fagocitadas por la ciudad que se expande a través del desierto. Los cúmulos de piedras y ladrillos de adobe van siendo rodeados por una pandilla de jóvenes casas que amenazan con saltar la frágil valla que la separa del presente y del futuro y meterla de una en la vorágine de coches y cláxones que la rodea.
El desierto tan sólo se ve roto por un pequeño parche de verde que rodea la casa de las vírgenes, otro de los edificios que atestiguan la presencia inca en este lugar. El resto es árido, arenoso como toda la costa peruana, marrón con el cielo gris hasta que se llega al valle detrás de los santuarios. Ese valle era el que alimentaba a la enorme población que albergaba esta ciudad sagrada. Cuando los españoles llegaron a Cusco, antes de que Lima todavía estuviese pensada siquiera, oyeron de la fama de este Dios que gobernaba la tierra y al que todos preferían mantener contento, atemorizados por su increible poder. Como no podía ser de otra manera fueron a ver que maquinación del diablo era aquella y entraron hasta la cocina del templo principal tan sólo para encontrar un tronco tallado que representaba a tamaña deidad. La sacaron a la luz ridiculizándola y acabando así con su influencia en la tierra. Cuando llegaron sin embargo encontraron una enorme ciudad en la que vivieron unas semanas. Toda una urbe dedicada única y exclusivamente al culto al dios de los temblores. Como de costumbre a los españoles sólo les interesó el oro y las riquezas que aquí servían de ofrenda y arramplaron con todo lo que había allí para añadirlo a la habitación de oro que se iba formando en Cajamarca. Al poco la nueva capital que vendría a sustituir a Cusco estaría a unos kilómetros escasos de este centro espiritual del mundo preincaico.
Los primeros habitantes de estos lugares estaban emparentados con los Lima. Como ellos adoraban a los dioses del mar, un mar junto al que vivía y del que conseguían su alimento. Pero por aquí obviamente pasaron los grandes imperios de esta zona del mundo y todos dejaron su impronta, todos respetaron el santuario y le fueron añadiendo edificios y tradiciones. Finalmente los incas en lo más alto de la colina construyeron su templo en honor al sol y varios palacios entre los que se encontraba el del gobernador inca en estas tierras.
De camino a Pachacamac. Lo que veis en la primera foto es una duna. De aquí sacan arena para la construcción, así de sencillo, llegan la cogen y se la llevan, la ventaja de vivir en el desierto.
Pero lo increible es que poco después en la misma duna han comenzado a construir aldeas de invasión con el consiguiente peligro de desplome que hay.
Este es el palacio de las vírgenes, el Aqlla Wasi.
Este es el famoso dios Pachacamac, el mismo que Hernando Pizarro sacó y destrozó ante la mirada aterrada de los sacerdotes. Es una reproducción, pero se encontró un original intacto en las excavaciones, lo que implica que o bien no lo destruyó o bien había más de una representación.
Esta es una de las calles que cruzan la ciudad de Pachacamac.
Este era el edificio del Oráculo, el único que estaba pintado con colores ocres.
Este es el edificio del templo del sol, desde su mirador se tiene una increible vista sobre el valle y sobre el mar al mismo tiempo.
Aquí los japoneses que ni siquiera bajaron del autobús.
Aquí se puede ver como la ciudad se acerca paso a paso hacia las ruinas.
y alguna panorámica.
las fotos de la ciudad acercándose a las ruinas es demoledora!!!
ResponderEliminar¿acabarán por comérselas?