sábado, 4 de julio de 2009

Y finalmente Lima

Mi plan era haber tomado el barco en Iquitos y haber surcado el Amazonas hasta Yurimaguas. De allí la carretera debería haberme llevado hasta Tarapoto y de allí por carretera no hubiera tardado en llegar a Lima atravesando la cordillera. Sin embargo en mi plan había un error de cálculo, bueno más que un error de cálculo, digamos que un imponderable (toma palabro ¿eh?). El gobierno acababa de aprobar unos decretos ley con los que pretendía explotar la rica extensión de la Amazonía, sobre todo los recursos petrolíferos. La arbitrariedad de la acción y la convicción histórica de que esa explotación no iba a revertir sobre los que se consideraban justos herederos de esos territorios, las poblaciones indígenas de la Amazonía, hicieron que se levantaran y comenzaran protestas en las principales ciudades de la región. La carretera entre Tarapoto y Yurimaguas era uno de esos puntos que llevaba ya tiempo bloqueados cuando yo llegué a Iquitos y la cosa no parecía mejorar. Después de mucho mirarlo y preguntar me vi obligado a tomar un avión y la verdad es que los acontecimientos posteriores no hicieron más que confirmarme mi decisión. Lo primero, dos días después de dejar Iquitos una revuelta la dejó en estado de sitio y un bloqueo en desabastecimiento. Pero lo peor estaba por llegar, a la semana de llegar a Lima en la carretera de Bagua hubo un enfrentamiento entre la policía y los indígenas. Cada uno alega sus excusas, pero lo que era bastante claro desde un principio fue quedando cada vez más claro y se descubrió un golpe de fuerza por parte de las fuerzas del orden que se convirtió rápidamente en una matanza indiscriminada y que fue contestada por los indígenas con flechas y lanzas, provocando a su vez la muerte de un par de decenas de policías. El número de indígenas muertos todavía se desconoce en su totalidad.
Yo mientras tanto volaba por encima de todo esto, ajeno a lo que sucedía en tierra, ansioso de llegar a Lima. Y la llegada no pudo ser más acogedora. En el aeropuerto me esperaba Tomás y en la casa todo un grupo de amigos suyos con los que pasamos la tarde entre guitarras, dibujos, pisco y vino, tamales y conversaciones. Yo venía cansado pero igual me mantuve en pie hasta que se fue el último de los invitados y recogimos. Mi llegada a Lima desde luego no podía haber sido mejor.
Al día siguiente fui conociendo de a pocos la ciudad con Tomás. El tiempo desde luego no me iba a acompañar. El invierno en Lima.... este, bueno lo que aquí llaman invierno, no es frío, pero es nublado. Bueno, vamos a describirlo bien, nublado en realidad supondría que hay nubes y que se mueven a ratos vienen y se van dejando la sensación de que tapan el sol. Pero aquí para mi sorpresa había UNA sola nube, una nube enorme que cubría todo el cielo hasta donde llegaba la vista y más allá y que jamás cambiaba de tamaño, de lugar o de color. En tres semanas que he pasado allí he visto el sol dos veces y las dos fue un subidón de adrenalina. Aquí le llaman cielo panza de burra y dura muchos meses al año, la verdad es que no sé cuantos. Todo el mundo dice que en verano el tiempo es bueno, espero poder verlo algún día. Al principio debo reconocer que ni me di cuenta, pero con el tiempo suceden cosas extrañas. Uno se pierde con más facilidad, no hay sol para guiarse, ni sombras en las calles. Los planos se funden todos en uno y uno pierde la sensación de perspectiva, ya vereis como las fotos tienen prácticamente todas la misma luz. Uno pierde la noción del tiempo, levantarse a las siete y a las doce da igual, no se distingue ninguna diferencia entre un cielo y otro. Otro efecto curioso del clima en Lima es la garua o el aprendiz de lluvia que diría Quevedo. Es una lluvia suave, ligera que humedece el aire pero que no llega a caer al suelo, algo extraño pasa en el camino pero por más que tú la ves caer al contraluz de las farolas nunca ves el suelo mojado, como mucho húmedo, pero nunca un charco, un arroyito. Eso te hace recordar que Lima se encuentra en el desierto, algo de lo que uno tampoco es consciente porque toda la ciudad, y especialmente el barrio donde vive Tomás, está lleno de parques, parques abiertos con algunos árboles y caminitos de asfalto que dan espacio y aire en una ciudad enorme de nueve millones de habitantes que se extiende desesperadamente hacia cualquier sitio que le permita crecer de una manera caótica y desordenada, ya sea por cerros, por desiertos, por dunas o cauces de ríos. La inmensa mayoría de Lima son casas bajas de dos o tres pisos como mucho. Hay barrios enteros de los años cincuenta y sesenta con casas que recuerdan vagamente a las de las películas de Philip Marlowe, todas blancas y con líneas claras, hay barrios antiguos de la independencia y alguno que otro colonial, pero toda ella esta constituida de cubos, cubos más grandes y más pequeños superpuestos en diferentes, infinitas combinaciones. Por entre los cubos zumba una corriente continua de taxis y colectivos que pitan y avisan constantemente a todo el mundo de su destino aunque uno no tenga ni la más mínima intención de coger un transporte público y aunque esté pintado negro sobre blanco en los costados y el frente. No hay demasiados coches particulares en Lima, algo que es de agradecer diría yo más bien, porque nueve millones de coches particulares podrían convertirlo en un infierno, pero lo que sí hay es un número infinito de taxis.
Bueno y dejando el paisaje público pasaré al privado. Sería demasiado decir que por fin regresé a Lima, pero algo de eso hay. El acento colombiano me era algo conocido, pero no por eso dejaba de ser exótico al oído, el acento amazónico (el charapo que le llamana ahí) con su mezcla indígena y española todavía más, el argentino me es bien cercano, pero esa manera de hablar de aquí, esos gestos, esas canciones... despertaban en mi otro tipo de sentimientos. Yo ya las había oído, y no una vez, de alguna manera extraña todo eso formaba parte de un saco que llevaba en el recuerdo, se había ido acumulando en los relatos de la tía Elvira, las historias de Cuqui, en las canciones que escuchaba mi madre. En las paredes colgaban acuarelas de Alfredo, Tomás me presentaba como su sobrino a amigos de Cuqui que se encontraba poor la calle. Me contaban como el abuelo paseaba por esas calles, como la tía vivió en esa misma casa, o Cuqui cuando se hizo gerente del bar en Miraflores. Nunca había estado pero si las vivencias fueran hereditarias se podría decir que regresaba a Lima después de una larga ausencia de 35 años. De alguna manera al llegar me sentía como en casa. Por supuesto que a esa sensación ayudaba mucho la recepción que me hizo Tomás. Como decía antes, de a pocos, comenzamos a ir a diferentes sitios de Lima, recorriendo en poco tiempo lugares selectos del barrio y de la ciudad. Como los vi os los iré enseñando aunque ya digo de una que no tengo fotos de todos. Espero no aburriros con algunas de ellas porque os advierto que me ha dado por la cultura ;-)

1 comentario:

  1. Tienes razón a Lima hay que conocerla de a pocos, en varano es otro mundo. Tien su encanto, pero es muy absorbente y tiene de todo: de Sierra, de selva y de África. Si puede viaja a Celendín y a Arequipa es diferente, cada sitio tiene su propio encanto. Un abrazo a toda la familia, la que va quedando.
    Cuqui.

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